Una de las grandes batallas en las que se centran muchos de los esfuerzos de empresas y gobierno, es la disminución de las emisiones de CO2. Este gas, necesario para la vida en la tierra, se ha ido incrementando desde la revolución industrial.
A lo largo de los años han surgido muchas ideas para intentar reducir estos niveles; por un lado existen medidas que implican la colaboración gubernamental y grandes inversiones de dinero para reducir los posibles efectos que pueden tener las elevadas concentraciones, de este y otros gases, en la atmósfera; otras, prefieren centrarse en lograr el avance de energías más limpias.
En la búsqueda de soluciones, surgen grupos que también pretenden hacer negocio con el CO2. Hace años, entre las ideas planteadas para la reducción de este gas, se encontraba la fertilización de los océanos, es decir, el aporte de hierro en las masas oceánicas con el objetivo de provocar la proliferación de algas fotosintéticas que fijasen CO2. Muchos científicos señalaron que esto podía provocar un desequilibrio en el ecosistema de la zona, además de no asegurar que esta fijación se prolongase en el tiempo. Como agravante, algunas de las empresas que investigaban este proceso también pretendían la venta de los derechos de emisión de CO2, obteniendo cuantiosos beneficios económicos, pero no ambientales, ya que las supuestas cantidades de gas fijado, serían emitidas por las empresas que comprasen dichos derechos.
Por otro lado, ya se está realizando otro tipo de almacenamiento de CO2 basado en su acumulación en yacimientos agotados de gas y petróleo, esta iniciativa continúa investigando los posibles usos de este gas, la forma de gestionar esta tecnología determinará si los beneficios se producen a nivel ambiental y colectivo o sólo a un nivel meramente económico y empresarial.